El ser humano necesita clasificar
la realidad para comprenderla. De ahí, no es de extrañar que terminara por
surgirnos la necesidad de elaborar unos documentos que recogieran todos los
datos que no podríamos almacenar de otra manera. Para poder consultarlos,
analizarlos, y poder hacernos una idea de lo que nos rodea, aún a sabiendas de
que nunca llegaremos a comprender su totalidad, y partir de una base de
conocimiento previo antes de tomar una decisión.
Transformar la realidad en datos,
delimitarla en cifras, no es una tarea sencilla. Para ello tuvimos que echar de
nuevo mano a las matemáticas, y ella nos prestó la estadística. A expensas de
saber que no es exacta, nos proporciona esa ligera idea que pedíamos. Una
especie de apoyo al que amarrarnos cuando tenemos que dar respuesta a preguntas
que habrían sido incontestables de no haber podido contar con ella.
La cuestión es, ¿por qué estoy
escribiendo este rollo? Porque, a pesar de disponer un Anuario Estadístico de España, a cargo de nuestro afamado y
reconocido Instituto Nacional de Estadística, nunca me había metido a consultar
la remuneración que podría llegar a obtener en mi vida cuando decidí estudiar
periodismo. Y que no se me malinterprete, con esto no quiero decir que eligiera
esta profesión por dinero, de ser así lo mío sería un fallo de nacimiento que
ya no se podría arreglar, sino que habría sido interesante informarme –sobre todo
si lo mío iba a ser la información- de si mi pasión terminaría por darme de
comer.
Según el indicador de Contabilidad, en su apartado de Remuneración de los asalariados por ramas de
actividad, el sector de la Información y las Comunicaciones es el que
presenta cifras más bajas (19.776 en 2008 y 20.370 en 2013), después de la agricultura,
ganadería, silvicultura, pesca y, paradójicamente, las actividades inmobiliarias,
que se enfrentan a la realidad más dura.
En conclusión y desmintiendo todo lo dicho anteriormente,
hay decisiones que tomamos por impulso, sin clasificar ni analizar el panorama.
Simplemente lo elegimos, así, sin más, por eso que llamamos pasión y que tantos
dolores nos suele dar de cabeza. Porque, después de todo, hay una cosa que
nos importa todavía más que comer; despertarse con una sonrisa todos los días
por saber –pero sin saberlo- que has tomado la decisión correcta.
Aún sin estadísticas, cifras y datos que la amparen,
lo sabes. Porque dejaste que eligiese el corazón.
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