No somos amigos. Joder, ni
siquiera podemos estar juntos en la misma habitación sin que la tensión pueda
apartarse con los dedos. Como ahora, por ejemplo, que estamos sentados en la
misma mesa, en sus lados opuestos, y esto parece que se fuera a romper por la
mitad. No nos soportamos, pero ¿Cómo hacerlo? Con esas sonrisillas de
autosuficiencia que se dibujan en la cara mientras hablan. Que si su trabajo es
complementario al nuestro, que si nos necesitamos mutuamente… aunque a la hora
de la verdad cada uno de nosotros mire por su propio interés sin pensar en el
resto. Pero es necesario, cuando se trata de trabajo la prioridad es salvarse
el pellejo.
Sálvese quien pueda. ¿Y qué vamos
a decir? Si estamos en un auditorio rodeado de alumnos que esperan de verdad
que los años invertidos en esta facultad llegue a servirles de algo. ¿Quiénes
somos nosotros para revelarles el futuro que les espera? Hay golpes que es
mejor darse uno mismo, de primeras, a ver si así la herida cicatriza mejor al
aire.
Todavía no saben qué camino
escoger y aquí estamos, sentados en lados opuestos de una misma mesa,
intentando que nuestras palabras puedan orientarles en semejante decisión.
Nosotros, que hemos probado todos los caminos posibles, que hemos mordido la
manzana prohibida. Y la podrida también. Que hemos tomado atajos y nos hemos
tragado atascos. Aquí estamos.
Al cabo, todo esfuerzo conlleva
una recompensa, y supongo que la nuestra es poder servir de ejemplo a estos jóvenes
que, desde sus asientos, querrían llegar a ser como nosotros. O a ocupar
nuestros puestos. Quién sabe. Los conceptos se han prostituido tanto que es
difícil delimitar dónde termina la admiración y comienza la sucesión. Mierda,
me temo que tenemos una cuerda rodeándonos el cuello.
La cosa es que no somos amigos.
Pero porque somos lo mismo, el mismo maldito polo de la pila. O del globo, me
da igual. Nuestros métodos, estrategias, engaños y objetivos, lo sabemos todo
del otro, porque alguna vez nosotros también estuvimos sentados al otro lado de
la mesa. Y es curioso que no nos soportemos, cuando sabemos manejarnos a la
perfección. Mutuamente, conocemos las palabras que abren puertas y las
peticiones que las cierran para siempre. Sabemos qué cuerdas tocar para que
suene música y qué hilos cortar para que se callen.
Que ambos somos necesarios para
la profesión, no lo pongo en duda. Después de todo, nos basamos en contrastes.
La percepción de la diferencia es la mejor manera de conocer lo semejante. Y
viceversa. Somos iguales desde nuestros extremos, que se tocan, nos parecemos
tanto que la atracción es inevitable. Como esta tensión que puede apartarse con
los dedos.
Llegados a este punto, no creo
que sea necesario que diga en qué lado de la mesa me encuentro. Si me explicado
bien habréis comprendido que tal información es irrelevante, que todo lo que he
dicho podría haber sido afirmado por el otro, pero con una voz distinta. Y una
apariencia distinta.
¿No somos todo apariencia? Cuando
nos sentamos frente a este auditorio plagado de alumnos asegurándoles que somos
amigos. Aunque no nos soportemos. Si llegan lejos aprenderán que en esta
profesión priman los contactos, la agenda, y los favores reclamados y pedidos
entre cafés y cigarros.
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