Cuando la vida llega a su final es el momento de rendir
cuentas. Poco importan entonces las cifras, lo único que se irá contigo será aquello
que lleves encima. De lo que no te puedes desprender, lo que te conformó cada
uno de tus días y que definirá lo que fuiste. Lo que ya jamás podrás ser. Ahí,
sólo frente a la muerte y con una sola petición, salir ileso de esa. Para no
marcharte del todo, para quedarte siendo recuerdo. Y que nada pueda arrebatarte
tu pedacito de eternidad.
Como un hombre de gustos sencillos, con la segunda mayor
fortuna del mundo estimada en 64.000 millones de euros, y que aun así a sus 80
años seguía acercándose a la cantera de su empresa para comer y charlar con sus
empleados, podría ser una buena definición con la que recordar a Amancio Ortega.
Su legado le precede y hoy cientos de titulares se vestirán con sus mejores
palabras para decirle adiós al gran magnate de la moda, que ha fallecido este
martes 12 de abril en La Coruña.
Natural de Busdongo de Arbas (León) se trasladó a La Coruña
siendo un adolescente, donde comenzó a trabajar en una camisería y una
mercería. Tras dejar su puesto en 1963, fundó con la que entonces era su mujer,
Rosalía Mera, una pequeña de batas de señora que terminaría por convertirse en
una empresa de fabricación textil llamada Goa. Plantando así la semilla de lo
que terminaría por convertirse en una de las cadenas de tiendas de moda más
importantes del planeta, cuando en 1975 Zara abría sus puertas por primera vez.
Diez años después nacía el grupo Inditex, que ya contaba en
sus espaldas con numerosas fábricas, tiendas y un centro logístico, conformando
todo lo que necesitaba para dar su salto a Portugal, llegando incluso a
conquistar Nueva York. No obstante, al gallego nunca le gustó ser el centro de
atención, y así lo demostró cuando decidió no presentarse al estreno de las
acciones de su empresa que salieron a Bolsa en 2011.
Y es que a Ortega nunca le gustaron los eventos públicos en
los que tuviera que ponerse una corbata. Las únicas veces que se dejó ver
fueron junto a su hija, Marta Ortega, y su nieto, o con su actual mujer Flora
Pérez. Su reconocida obsesión por pasar desapercibido provocó que su rostro fuera
todo un misterio hasta la primera aparición de una fotografía suya en los
noventa. Hasta entonces nadie fuera de su círculo le ponía cara al fundador del
imperio Zara.
Ahora, los tiempos han cambiado y los escaparates de millones
de tiendas en todo el mundo se vestirán de luto para despedir a su creador.
“Este es un obituario ficticio realizado como práctica para
la asignatura de Periodismo Especializado en Ciencia y Cultura.”
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